Dante Alessandro: “Lo único que recuerdo es la puerta, una típica puerta de madera de un consultorio”

El día se marchaba, el aire oscuro a los seres que habitan en la tierra quitaba sus fatigas; y yo sólo me disponía a sostener la guerra, contra el camino y contra el sufrimiento que sin errar evocará mi mente.
Advertencia sobre el contenido: Este testimonio contiene elementos de violencia psicológica, abuso de sustancias, violencia intrafamiliar y transfobia.
Dante Alessandro: “Lo único que recuerdo es la puerta, una típica puerta de madera de un consultorio”

Ilustración de Michelle El Asmar Astudillo

Testimonio de Dante Alessandro facilitado por Isadoro Saturno

Mi nombre es Dante Alessandro y estoy dando permiso para que se grabe esta conversación. Identificación como tal, más allá del hecho de ser transgénero, más ninguna. Sí, hombre trans. 

Un día siendo yo… bastante conflictivo, porque yo planifico incluso hasta cómo me voy a levantar de la cama. Es un poquito agotador. Viéndolo desde un punto extremo: si algo no sale como lo tengo planeado, ya eso me arruina un poquito el día. Es algo que he ido trabajando en terapia, porque yo me acostumbré a controlar mucho las cosas que pasan a mi alrededor y eso tiene que ver con las cosas que me pasaron en la infancia. 

Yo me despierto automáticamente sin alarma en un lapso de tiempo entre 6, cuando muy tarde, 7 de la mañana. Puede que me levante al momento, puede que no. Todo depende de cuánto estrés haya en mi cabeza sobre el hecho de que tenga que trabajar. Yo trabajo por una página por Internet, tengo que cumplir cuotas de tareas en la semana y dependo de si las cumplo o no. Bien, el punto es que yo tengo metas personales sobre mi trabajo en la semana, entonces es levantarme, quedarme pensando unos 5 ó 10 minutos en todo lo que tengo que hacer en el día.

¿Cuántas tareas tengo que hacer? ¿Cuánto me falta para lograr lo que yo tengo planificado para la semana? Con cada tarea que termino, es contar cuántas tareas me faltan. 

Yo vivo en casa de mi mejor amigo y yo soy muy maniático. Cuento las horas, y es más o menos calcular en qué tiempo se va a despertar él. Normalmente se va a dormir mucho más tarde que yo y se despierta mucho más tarde que yo. Eso es calcular todo el tiempo cuánto trabajo puedo hacer yo hasta que él se despierte… Nosotros tenemos una computadora de mesa que utilizamos a dos tiempos. Yo la utilizo cuando él está durmiendo y él cuando se despierta, a las 2 ó 3 de la tarde. Tengo que trabajar con esa rutina diaria, entonces trabajo normalmente hasta que los ojos y el cerebro me dicen que hasta aquí llegaron. A esa hora almorzamos, muy tarde, entre 5 y 7 de la noche. A partir de ahí la mitad del cerebro se relaja, depende de qué tan productivo haya sido mi día. Entonces me siento a ver una serie o algo en Netflix o reviso las redes, aunque las utilizo muy poco a menos de que alguien me haya escrito. Me voy a acostar entre las 12 y 2 de la mañana porque por mucho que intente acostarme más temprano, no lo logró. Y volvemos a la misma rutina de todos los días. Todos los días es exactamente lo mismo. 

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Yo viví con una madre que se podría decir que tiene complejo narcisista, viví con una persona que literalmente me controlaba cada aspecto de la vida. Entonces ahora es como tratar de mantenerme en control a mí mismo, porque eso no lo pude hacer hasta muy adulto. Yo viví con una persona que tenía una programación muy estricta. Digamos que viví una infancia con una rigidez militar: para ir a la escuela me tenía que parar exactamente a cierta hora de la mañana, todos los días exactamente a la misma hora. Si me despertaba aunque fuera 1 minuto tarde, iba a ser un problema, porque venían las agresiones físicas y los insultos. Yo no quería que comenzara mal el día, entonces tenía que llegar a la escuela siempre a cierta hora. 

Tenía que llevar a mi hermana mayor también a su escuela cuando estudiábamos juntos y yo sentía que si algo se retrasaba por mi culpa, algo malo iba a pasar en el transcurso del día. Siempre eran los mismos horarios: comer a la misma hora, dormir a la misma hora, levantarse a la misma hora; estricto orden. Eso fue así hasta mi adolescencia.

Mi mamá tenía que controlar absolutamente todo en mi vida.

En la escuela no la podían llamar por alguna tarea que yo hubiese hecho mal o porque me metiera en algún problema o algo por el estilo… Eso iba a ser el infierno por el resto de la semana. Entonces tenía que controlarme mucho, mis emociones… muchísimas cosas en verdad, yo tenía que ser exacto. Eso marcó una rutina en mi cerebro: tengo que mantener el control para que todo salga preciso. 

Disfrutar, eso es algo que pasa muy poco, pero últimamente pasa más y ha sido gracias a mi mejor amigo. También he aprendido gracias a mi psicóloga que no está mal tomarse 5 minutos de pausa. Pero el problema es que siempre los tengo que justificar. No sé si me explico… Yo trabajo de domingo a domingo, no descanso, pero hay semanas en las que a juro tengo que frenarme aunque sea un día, y me tengo que justificar en el hecho de que, como ya llevo más de la mitad de las tareas de la semana, me puedo tomar un descanso. Trato de no autocastigarme por tomarme un día. Y ese día, que es muy raro, no pasa muy seguido. Me pongo a ver alguna serie o a leer un libro o algo por el estilo. Libros más que todo, yo suelo leer mucho. 

Profesor, otro problema. Yo no puedo ver una serie solo, ni siquiera una película. Yo tengo que ver las cosas con alguien porque sino me distraigo, no las veo o les presto atención. Pero con los libros me meto en la historia. Normalmente leer es escapar de mi vida cotidiana y tal vez imaginarme mi vida viéndola de otra manera, o siendo un personaje, un personaje de un libro donde el escritor es quien normalmente controla lo que pasa dentro de la historia. Es como imaginarme mi vida escrita por otra persona, controlada por otra persona. Lo irónico es que odio que me manden. Yo tengo serios problemas con la autoridad. 

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Mi primer recuerdo de la niñez… Lo primero que me llegan son los insultos de mi mamá y la sensación de inutilidad. Lo que más recuerdo es una caída, porque me mordí la lengua y casi la pierdo, más de la mitad o casi toda la mitad de la lengua. Si eso hubiese pasado me hubiese quedado sin poder hablar. Recordar esa historia desde la versión de mi mamá es recordar sus palabras: eso te pasa por no estar tranquilo, por estar brincando, por estar haciendo tal cosa, por estar siguiendo a tu hermana. Según mi mamá, yo tenía que comportarme como mi hermana, pero cuando lo hacía, eso también estaba mal. En fin, yo no recuerdo qué pasó. Me acuerdo de jugar en el cuarto con mis primos y mi hermana, pero hasta cierto punto, luego no recuerdo cómo me caí. Pero sí recuerdo a mi mamá, regañándome. Como todos los recuerdos de mi infancia, todo me lleva a algún insulto o grito de parte de mi mamá.

Yo viví una infancia castrante. Al punto en el que a mí no me podía gustar jugar con pelotas, porque eso no le gusta a las niñas, le gusta a los niños.

Era siempre esa constante marcación de lo que te tiene que gustar, entonces también eso no me permite disfrutar las cosas, porque siempre está la duda de si me tiene que gustar o me puede gustar. 

Jugar con muñecas a mí no me gustaba pero a mi hermana mayor sí, y como tu hermana jugaba con muñecas tú tenías que jugar con muñecas. Y si a tu hermana le gusta tal cosa, a ti te tiene que gustar tal cosa… Y no poder vestirme como a mí me gustaba, porque te tienes que vestir de tal manera. Y ese constante tener que ser “eso”... Yo me fui adaptando a lo que le gustaba a los demás, como tenía que comportarme con los demás. A medida que fui creciendo, mi hermana tomó ese mismo papel junto a mi mamá, a criticar todo lo que yo hacía. 

Una vez escuché a mi mamá decir que le daba miedo dejarme solo con mi hermana, porque mi hermana me odiaba. 

Mi energía en ese entonces… yo era un niño extremadamente tranquilo. Y a mí me gustaba. Yo me aislaba de absolutamente todo, viendo televisión, dibujando o armando un rompecabezas. Yo podía armar el mismo rompecabezas 100 veces. Y aprendí todas las piezas, sabía dónde iban sin ningún problema. Eso me relajaba. Yo escribí muchos cuentos también. Eso era algo mío, algo que hacía porque me gustaba. Te podía escribir cualquier libro, relato, cualquier cosa. En eso me centraba normalmente, como te digo, básicamente yo tenía que no existir, entonces tenía que buscar cosas que me metieran en mi mundo. Así podía pasar todo el día sin problema. 

Una de las cosas que más disfrutaba era dibujar. Pero fue algo que se me fue velado, también por culpa de mi mamá, porque me decía no sirves para eso. A mucha gente le gustaban los dibujos que yo hacía, pero era simplemente siempre la constante crítica de mi mamá: no sirves para esto, no dibujas bien, no lo haces bien… hasta que llegó un punto en el que dejé de hacerlo. 

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Quien “se dio cuenta” no fue mi mamá, fue una tía que vivía con nosotros. Fue una vez yendo al baño porque yo no orinaba sentado, como se supone que deben orinar las niñas, yo empiezo a orinar parado, y la tía que vivía con nosotros se dio cuenta y fue una explosión, porque obviamente mi tía le dijo a mi mamá. En ese momento mi mamá me obliga a ir al baño, porque no fue que yo quise ir, sino que mi mamá me obliga a ir, para mostrarle como yo orinaba. Y bueno: no puedes ir al baño así, así no se comportan las niñas. Mi mamá con una correa al lado: no lo puedes hacer así, tienes que hacerlo así.

La sensación que me llega de ese momento es básicamente de miedo, de que hice algo mal sin saber que lo estaba haciendo mal. Yo no entendía, simplemente lo hacía porque me sentía bien orinando así y fue como tener que adaptar mi cuerpo a hacerlo de otra manera. 

Después de esto fueron constantes las conversaciones entre mi mamá y mi tía: tienes que llevarla con un psiquiatra. Eso no es normal. Eso está mal. Hablaban de mí como si yo no estuviera ahí, y estábamos en el mismo espacio físico. Y eso era invisibilizar en ese sentido, porque yo no tenía derecho a opinar o preguntar por qué esto está mal y cuando lo hacía no obtenía respuesta. Simplemente me decían está mal porque está mal, porque las cosas no son así. Ahí viene el constante comentario: tiene que verla un especialista. Yo tenía entre 5 y 6 años. 

Me llevaron a un sitio en San Juan pero lo único que recuerdo es la puerta, una típica puerta de madera de un consultorio. Sé que decía “Terapeuta”.

No recuerdo si decía “Terapeuta infantil”, si decía eso se contradecía. Solamente recuerdo la palabra terapeuta y la sensación de miedo. Pero esa parte de mi vida está bloqueada completamente. Yo supongo que fui en muchas oportunidades, y mi psicóloga también lo supone, que me llevaron a ese punto, que me llevaron a un lugar muchas veces, pero tampoco lo recuerdo.

Yo tengo muy buena memoria. Puedo recordar mi bachillerato completo, incluso la primaria. Pero el período en el que asistí a la terapia de conversión no lo recuerdo. Quise hacer una terapia de regresión para entender qué había pasado ahí, pero mi psiquiatra me recomendó no hacerlo. Es una caja de Pandora, me dijo. No sabemos qué vamos a encontrar ahí.   

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Mi hermana tuvo la colección de muñecas Barbie. Muñeca que salía, muñeca que le compraba mi mamá o una tía. Las muñecas que no le gustaban automáticamente tenían que ser mías y yo no podía decir que no. Mi hermana tenía un Ken, incluso, pero después de todo ese proceso con el “terapeuta”, desapareció de la casa. Solamente había muñecas y en mi casa no podía entrar un Ken sin pasar por mi mamá. Era como mucho resaltar los juegos de niña. No podía haber nada, absolutamente nada, que hiciera alguna alusión a juegos masculinos. A mí me prohibieron jugar con varones, sentarme de cierta manera, incluso me corregía cómo hablaba, la mirada… Lo máximo que mi mamá accedía era a que yo podía elegir el color, mas no el estilo de la ropa. Ni siquiera me dejaban usar ropa deportiva.  

A los 12 años, yo comienzo a consumir opiáceos, pastillas para dormir. ¿Cómo los consigo? La mamá de mi amigo tomaba pastillas para dormir y una vez tomé una de su mesita. Sentí paz por primera vez, mi cerebro se calmó. Empecé a tomarlas cuando iba a su casa, que era prácticamente todos los días. A los 14 años pasé de los opiáceos al fentanilo, hasta que casi me morí de una sobredosis. Sentí un dolor en el pecho y me caí al piso. Mi cerebro pensaba que me iban a descubrir. También tuve un periodo de alcoholismo, como de 5 meses. Desarrollé bulimia y anorexia y pasé por un periodo de autolesiones. 

No sabía cómo pedir ayuda, más que todo por miedo a la reacción de mi mamá.

Si pedía ayuda en lo que fuera, mi mamá se molestaría. En mi familia no estaba permitido estar deprimido. Yo hice mi proceso de sobriedad solo, arrancándome la piel de los antebrazos. 

Yo soy la oveja negra de la familia, ellos están claros y yo estoy claro. Si estoy bien y si no estoy, también. Yo estoy completamente aislado de ellos. Mi mamá me decía que si yo era una carga para ella, iba a ser una carga mucho mayor para mi familia. Siempre decía: si yo me muero, yo no le voy a dejar esta carga a mi familia. Siempre fui el centro de burla. 

Mi mamá también viene de una infancia muy complicada. Infancias en Venezuela… tenías que ser alguien en la vida. Mi abuela tenía el carácter muy fuerte y obligó a sus 10 hijos a tener que “ser alguien”. Ella creció siendo muy juzgada por su hermano, por su mamá, por su entorno también. Y eso ella lo marcó en sus hijos, ese ambiente hostil. 

Mi respuesta a la muerte es visceral, no es la respuesta de una persona depresiva. La muerte es una respuesta a todo lo que soy. El psiquiatra me dijo: piensa en la primera vez que querías morir. Yo respondí: cuando era pequeño, tenía 9 años, porque mi mamá me regañó.

Eso no es normal en un niño, eso alguien te lo enseñó, me dijo.

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No fue hasta los 28 años que asumí mi verdadera identidad. 

Cuando salí del clóset como “hombre”, no tenía realmente un nombre. Tenía la necesidad de expresar lo que estaba pasando sin detenerme a pensar en un nombre. La primera persona con la que hablé sobre esto fue con mi novia de ese entonces. Ella me preguntó si tenía un nombre de “hombre”. Ahí me di cuenta de que no tenía nada planeado. Yo lo único que tenía claro era que quería que mi nombre empezara por Dan. Un día estábamos jugando un juego y una de las personas me dijo que yo pensé que tu nombre era Dante. En ese momento yo usaba Dan más la primera letra de mi apellido, T, y un número, entonces se leía como Dante.

En el Infierno de Dante, la afición del personaje es tal que se va a buscar algo que para él significa todo, hasta el punto de irse al infierno con tal de encontrarlo. Ese sentir del personaje principal fue lo que me atrapó del libro. Yo soy un ratón de biblioteca, me lo leí en un día. Con el Infierno de Dante y con el Conde de Montecristo me pasó algo similar. Ambos personajes querían algo y luchaban por ese algo. Incluso el Conde de Montecristo se transforma en una persona completamente distinta para lograrlo. 

Yo sentía un constante rechazo porque me veía al espejo y no me sentía cómodo con lo que veía.

Yo no me mantenía en el mismo esquema de pensamiento que el de mis amigas, pero también estaba la necesidad de encajar. Un caso muy particular era la cuestión de los uniformes. En el colegio estaba de moda Rebelde, y mientras mis amigas estaban pendientes de la falda y de ponérsela más corta, a mí me daba igual. Yo quería la chaqueta. A mí me gustaba la ropa de los personajes masculinos. Yo vivía en una lucha constante por saber quién realmente era yo. Luchar por eso bajo el miedo completo y absoluto de no poder lograrlo. Por eso me escapaba en los libros. 

Yo supe quién era Dante a través de una epifanía durante un ataque de pánico. No tenía fuerza para seguir manteniendo la mentira. Yo estaba viviendo una mentira. Y en ese punto no tuve más la fuerza para callar esa voz. El cansancio mental de ser alguien que no eres… mi ex, ella no me pidió ser un personaje, yo quiero ver quién eres tú, me dijo. Ahí me di cuenta de lo que estaba pasando y conocí a la primera persona trans, un amigo que hoy vive en Argentina. 

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Mira, te puedo decir que he tenido una transición relativamente privilegiada. No he tenido un rechazo directo. Yo no di chance para que la gente me juzgue. Soy una persona de carácter muy fuerte; a la gente le cuesta debatir mis ideas porque soy muy imponente. ¿Cuántas personas voy a perder? Si alguien se aleja de ti es porque nunca te quiso. 

A nivel profesional no tuve ningún problema. Cuando inicié mi transición estaba haciendo un posgrado en medicina. Yo nunca quise ser médico. Mi primer momento de rebeldía en contra de mi mamá fue estudiar medicina. La mamá de uno de mis mejores amigos era médico. Ella siempre me decía que yo tenía habilidades para la medicina. Una vez lo dijo delante de mi mamá. La respuesta de mi mamá fue que ella no puede hacer eso, ella no sirve para eso. Eso fue un choque en mi cabeza. Yo te voy a demostrar que sí sirvo. Así fue como terminé estudiando medicina.

Hice toda mi carrera. Me gradué en el 2015. Ejercí hasta el año pasado hasta que en el hospital donde yo estaba pregunté si me tenía que mantener como mujer, y me dijeron que sí. Técnicamente dejé de ejercer la medicina en ese momento. Empecé a trabajar por la computadora: por Internet puedo ser quien quiera ser. 

Ser médico en Venezuela es muy difícil. No tener insumos, tener que aguantar insultos… Durante la pandemia más, porque a todo el mundo se le metió en la cabeza que todo el mundo era médico. Alguien me preguntó ¿vas a renunciar a todo por esto? y dije sí. Yo sólo lo hice para demostrarle a mi mamá que yo sí podía. Mi mamá quería que yo fuera administrador. 

Creo que ser médico me ayudó a entender lo que iba a pasar y había pasado conmigo.

Nosotros veíamos psicología como materia. Nos la daba una psiquiatra. Ella agarraba a cualquier alumno y le decía: tú sufriste de esto. ¿Cómo sabía? Por la conducta. En Venezuela no se toca el tema de terapia de conversión. Se piensa que las personas que tienen ansiedad están locas o es un teatro. La salud mental es un estigma. 

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El día que nació mi sobrino me di cuenta de que podía dejarlo todo por una persona. 

Yo estaba en Caracas porque en ese entonces yo trabajaba allá. Me llama mi mamá al teléfono de quien era mi novia porque a mí me habían robado el mío: mi hermana estaba teniendo un embarazo complicado y se podían morir ella y el bebé. Me fui para San Juan con lo que tenía, la maleta que cargaba para la guardia de ese día. Cuando llegué, acababan de meter a mi hermana en el quirófano.

Desde que supe que ella estaba embarazada yo sentí un amor completo por ese bebé. Quería estar para mi sobrino, ese bebé lo significa todo. Recuerdo que cuando tenía entre nueve y diez meses él no podía dormir. Mi hermana tuvo que hacer reposo absoluto por la cesárea y para ese momento yo estaba acostumbrado a acostarme muy tarde. Yo agarré al niño y me senté en la computadora a ver videos con él. Le puse el Pollito Pio y duramos como una hora viendo videos hasta que él se quedó dormido.

Desde ahí, cada vez que yo estaba en la computadora él se acercaba para estar conmigo. 

Nuestra relación ahorita ha estado un poco más rota por mi transición. El me sigue llamando tía. Mi mama y mi hermana me siguen tratando de ella y yo no quiero generarle un conflicto. Lamentablemente, para alejarme de ellas, me tengo que alejar de él también. Me duele, pero me tengo que poner también en primera persona. 

Yo con él no tengo problema de que me trate de ella. Él es un niño. No le interesa qué es ser hombre o mujer. Una vez mi hermana me dijo dame chance de yo entenderlo para poder explicárselo.

Uno de los miedos que yo tenía con salir del closet era que me alejaran de él. Mi hermana me dijo que jamás haría eso porque él me adora. 

Yo con él hablo mucho. Sobre todo cuando se porta mal. Yo a mi sobrino lo protejo. No le vas a enseñar a que asuma culpas que no son de él. Cuando lo corrigen por algo que él no hizo yo digo epa, ya va. La diferencia que hay entre los tíos que tuve y el tío que yo soy es grande. Quiero que él tenga la libertad de ser quien quiera ser. Que tenga las herramientas para descubrir quién es, no lo que su mamá o lo que su familia quiera que sea. Eso es lo que yo más deseo para él. 

Dante, 2023.

Testimonio por Dante

Facilitación y traducción por Isadoro Saturno 

Edición por Gabriela Mesones Rojo y Andrea Paola Hernández

Corrección de redacción y estilo en español por Virginia Riquelme

Corrección de redacción y estilo en inglés por Mafer Bencomo

Tags: Hombre trans, Terapia de conversión, Violencia intrafamiliar, Infancia

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