Clay: “Entender mi masculinidad me generaba culpa, miedo, rechazo”

Defender mi propio cuerpo influye en nuestra reconciliación
Advertencia de contenido: este texto contiene historias relacionadas con el suicidio así como violencias físicas y psicológicas.
Clay: “Entender mi masculinidad me generaba culpa, miedo, rechazo”

Ilustración de Isa Pazó

Testimonio de Clay facilitado por Andrea Paola Hernández

I

Uno de mis primeros instintos en la vida fue rechazar la masculinidad. Al menos la que conocía. Mis referentes masculinos cercanos no son los mejores. Mi papá siempre fue descuidado, seco, violento psicológica y emocionalmente. Mi hermano creció con ese ejemplo y la violencia física y psicológica que recibió de mis papás lo terminaron de convertir en un hombre golpeador e inseguro que no sabe hacerse cargo de sus emociones.

Mi abuelo era un monstruo, según me contaron mi mamá y mi abuela. Era hijo de otro monstruo, un británico que vino a Venezuela y violó varias veces a mi pobre bisabuela, indígena, en el estado Bolívar. Me dijeron que tenía "hijos regados" pero el único con quién se encontró fue con mi abuelo y le dio el apellido, Thomas. Una costumbre que adoptó dándole o negándole su apellido a mis tíos y a mi mamá según su interés.

Tuvo 10 hijos con mi abuela y a todos, incluyéndola, le pegaban a diario. Cuando el tipo se iba de viaje, cerraba con llave el cuarto donde estaba la comida por meses. Hizo cosas que mi mamá decía que no podía ni contar. Tuve una tía que se suicidó a los 7 años. Mi abuela me dijo que la niña los amenazó con que si seguían peleando se le iba a lanzar a un carro y así lo hizo (nadie de mi familia usa la palabra suicidio en ese caso).

Con los años mi abuela ahorró escondiendo dinero en un hueco en el patio de su casa. Pudo salir de Chirica e irse a Puerto La Cruz con mi mamá. Solo se llevó a las niñas y dejó a los varones.

Con los años, mi familia me inculcó que mi debilidad venía de la falta de violencia: mis hermanos siguen siendo los más convencidos de que “no me pegaron lo suficiente.” 

Pensé que atender mi feminidad era marcar distancia de ellos. Intenté ser más femenino, no solo con mi aspecto, sino empezar una búsqueda de lo que significaba para mí en ese momento ser una mujer: independiente, fuerte, inteligente. Intenté hacer las paces con mi cuerpo (no pude). Intenté distraerme de todas las maneras: mudarme a la ciudad, tener novia, sobrevivir el 2016, 2017, 2018, 2019. Mi existencia, mi forma de ser, era mayoritariamente ficticia.

Yo realmente adoraba la masculinidad. Nada me detenía a ejecutarla: no importaba que tuviese un tatuaje de María Lionza en el brazo y hubiese hecho rituales sobre feminidad o cualquier mierda que hubiese encontrado para tratar de alimentar a alguien que no se saciaba con quien yo era, yo actuaba como ellos. Y entender la masculinidad desde ahí me generaba culpa, miedo, rechazo. No me ubicaba en ninguna parte.

Mi proceso ha sido largo. Me ha costado años apenas jugar con la idea. Durante esos años fue difícil pensar en otra cosa que no fuera intentar sobrevivir en una ciudad sin poder contar con apoyo económico de mi familia, que también la estaba pasando mal. Me vine de Anaco a Caracas a estudiar cine y reafirmar que era mejor persona que mi familia (error), pero terminé trabajando en películas malas donde me pagaban muy mal y descubriendo que me traje conmigo la misma violencia y las mismas inseguridades. Supongo que, cuando más lo he necesitado, igual se asomaba un poco, entre chistes, cómo me gustaría llamarme si fuera hombre. En las pausas entre esos movimientos, cuando me quedaba solo o en silencio, no me quedaba de otra que enfrentarlo. 

II

En 2020 nos encerraron. No había nada que pudiera hacer para distraerme, y no porque no lo intenté. Jugué, tomé fotos, pinté, aprendí a diseñar, vi películas, muchas. También leí. Una de las cosas que leí eran algunos poemas que había guardado en favoritos, en especial uno de Cyrus Dunham cuando aún era muy joven y usaba pronombres femeninos. Lo busqué porque siempre había sido mi crush y lo vi, a él, siendo él/elle, bellísimo. Es una anécdota tonta, pero en ese momento sentí euforia y envidia, 50 y 50. En las noches me acostaba viendo sus fotos y viendo cómo cada vez su cara se hacía más cuadrada.

Ahí empezó uno de los peores meses de mi vida. Todo el cuerpo se me colapsó, no paraba de llorar, de sentirme mal físicamente. No había palabras, solo malestar. La que era mi compañera en ese momento estaba muy preocupada y un día me pidió que intentara contarle qué me pasaba. Le dije que me sentía incómodo, con o. También le dije que no sabía qué hacer porque ya había sentido esto y nunca había hecho nada.

Han pasado tres años desde eso. La única persona en mi familia que sabe es mi hermana, quien también se ha encontrado a sí misma estos últimos años. Ahora es una persona religiosa, cristiana, que cree en la ideología de género y en proteger una familia de la que claramente no puedo formar parte siendo quien soy. Anaco es un lugar muy homodiante, muy misógino. Hay permisos colectivos para ser violentos de muchas formas.

Ahí aprendí que amar significaba limitar, celar, poseer y no pude quitarme eso de encima por mucho tiempo, incluso lejos de ahí.

Reconocer mis errores y trabajar en ellos es algo que puede pasar desapercibido allá. Pasé mucho tiempo destrozado por ver que era una persona violenta e insegura porque mi comportamiento estaba normalizado.

Mi vida allá y cada vez que voy es algo que tengo muy presente. Para mí Anaco no es el lugar de dónde me fui para vivir en la ciudad, no es el pueblo de dónde quería salir. Pero sí es un lugar que representa lo que no quiero volver a ser; tenerlo presente me ayuda a saber cómo no quiero que me traten, cómo quiero que me quieran y qué es lo que quiero mejorar. Además fue dónde soñé hacer cosas importantes. He trabajado mucho en separarme de ese tipo de masculinidad pero entendiendo que vengo de ahí, también apreciando mi feminidad, mi maricura, mi timidez. 

III

Ser Clay es incómodo. Trabajo desde casa y me da miedo salir a comprar agua. Me despierto cuando mi compañera se alista para ir a trabajar y pelea con la gata. Me molesta el ruido, pero no ese en específico. Me levanto de la cama cuando se va. Me tomó dos horas para sentir que mi cuerpo puede sentarse a pensar, a producir y a existir al mismo tiempo. No tomo café pero sí mate porque me vinculé a través de esa costumbre con alguien que me cuidó durante años. Aprecio mucho que me cuiden y estoy aprendiendo a cuidar. Siempre tengo cosas que hacer pero no las hago todas, solo si es urgente. Me mueve la urgencia. Trabajo hasta la noche, escribiendo artículos de marketing que no me gustan y diseñando y escribiendo posts sobre salud sexual, feminismo, comunicados, denuncias, boletines, informes o resguardando información, depende del día. 

Ser Clay es saborear las frutas, enamorarme, ver películas, saber que estoy en el lugar en el que quería estar cuando era niño.

Menos mal no tenía tantas expectativas. No disfruto los primeros momentos en los que tengo que hacer algo social, como presentarme, hablar por teléfono, hablar de mí. Los primeros minutos de algo que me involucre. Tampoco disfruto los números.

Cuando hice mi primera prueba psicológica para poder usar testo, el resultado decía que era un hombre heterosexual (no). Quedé en shock. Dos años después, con terapia, lo hice de nuevo. Esta vez hablé más y me sentí más cómodo siendo un hombre bisexual. Y aunque lo piense y considere, la idea de empezar un proceso hormonal me aterra socialmente. Todo gira en torno a la casa. Tener dónde vivir en Caracas, buscar año tras año, se complica siendo Clay. Me da terror dar mis papeles, que me vean y los vean, que no me dejen vivir en su casa. Cada búsqueda de apartamento junto a mi compañera (complicated enough) conlleva vestirme femenino, usar pronombres femeninos, referirme a mí como mujer. 

Estoy tratando de entender aún por qué merezco ser quien quiero ser, menos mal no tengo tantas expectativas. Estoy tratando de convivir con el miedo que me da existir, sentirme de mentira, ir a comprar agua. Estoy tratando de hacer las paces con las cosas que hacemos para fingir que estamos bien y que somos fuertes, para alimentar el ego. 

IV

Con mi familia siempre me he sentido como un gran “pero”. Es lesbiana pero es inteligente. Es depresivo pero es tranquilo. Tiene ansiedad pero es independiente. Mi hermana me mira como si fuese candidato a un milagro. Me miran las cicatrices con condescendencia. Así se siente Venezuela, como la casa de tu mamá. La casa de tu mamá no siempre es segura y no siempre te tratan bien. Puede ser peligroso, agotador. Es mi casa y a la vez estoy pariendo, tantas cosas son injustas y sin sentido. Quisiera poder estar en un lugar donde no tenga que tener miedo de ser yo, de cómo me veo. Supongo que irme sería una opción en el futuro si el presente se mantiene. Pero la verdad no puedo cerrar los ojos e imaginarme en otro lugar. Total, ¿para qué tenerla fácil si puedes sudar mientras comes sopa en el patio de la casa de tu mamá, a 35 grados y en el closet? Pero con ganas (y en el chinchorro). 

Desde hace cinco años aproximadamente soy parte de una organización feminista que trabaja por los derechos sexuales y (no) reproductivos. En esa organización he pasado por varias áreas, desde brindar información a quienes la necesiten, participar en talleres y ahora creando contenido y evidenciando el trabajo que hacemos. También he pasado por muchos Clay.

Creo que militar en una organización feminista que trabaje con derechos sexuales y reproductivos puede ser intimidante para un hombre trans, sobre todo con esto de que según las terf no podemos participar activamente en las causas feministas.

Yo también tuve miedo cuando les conté, pero me recibieron con mucho amor y cuidado. Que yo sea parte también nos ayuda a mejorar nuestra forma de comunicarnos y brindar apoyo a personas no binarias y hombres trans. Siempre estamos aprendiendo formas de hacerlo mejor y aprender de lo que pudimos haber hecho mal.

Mis influencias más cercanas han sido mis compañeras: creo que antes mi relación con el feminismo, con el activismo antes de aprender de ellas, era muy superficial. Conocerlas y ver lo fuerte que han sido y cómo se han mantenido en el tiempo, saber que no voy a estar solo, es lo que más me inspira.

Para mí es importante que tu capacidad de decidir no se vea menguada por la culpa y por el estigma social y religioso. Defender la autonomía de nuestros cuerpos es lo que me hace seguir, para mí no es necesario tener algún tipo de protagonismo, tener una vocería, para mí es necesario estar y atender cuando alguien lo necesita; es algo que he hecho y que con mucha admiración veo a mis compañeras hacer. Defender mi propio cuerpo influye en nuestra reconciliación.

V

Cuando era pequeño, recuerdo que tanto mi mamá como mi hermana necesitaron interrumpir su embarazo. Al principio no entendía bien, solo supe que mi mamá tenía unos “problemas de salud” y que mi hermana se tenía que tomar un “remedio” con unas matas. Me dijeron que tenía que saltar con ella para ayudarla a curarse. Cuando a los 16 acompañé a mi mamá en otra pérdida, viví directamente la culpa que causa el estigma. Las formas en las que ellas resolvieron no se las recomendaría a nadie.

Años más tarde, saber que nuestro trabajo ayuda a las personas a no sentirse solas en un momento tan delicado, saber que pueden escribirnos y encontrar a alguien que no les juzgará es algo que me mueve mucho.

Mi necesidad de crear lugares seguros y libres de juicio para las personas que me necesitan viene de buscar un lugar seguro para mí.

Esa carencia nos mueve a querer crear espacios para que otras personas los tengan. Quisiera tener un lugar seguro aquí en Venezuela, con mi nombre en la cédula, que no se violen mis derechos, que no me discriminen, poder comprar una casa y recibir a quien la necesite, y hacerlo aquí (lo estamos intentando).

Pasé mucho tiempo sin involucrarme directamente. Después de mucho tiempo, llegó un chico trans que necesitaba información. Quise hacerlo yo. Nos pareció lo mejor también. Él estaba muy nervioso, sintió que tenía que darme explicaciones, justificar su sexualidad y lo que lo llevó a esta situación. Ahí sentí que necesitamos un espacio, que somos importantes, que hay que visibilizar que los hombres trans y las personas no binarias necesitamos ser nombradas en cualquier proyecto de ley sobre salud salud sexual y evitar que seamos re victimizados por nuestra sexualidad o por nuestro género.

Nada realmente tiene que ver con mi género. En mi vida hay violencia y suavidad. Hay heridas, hechas y recibidas, a veces las dos al mismo tiempo, de todos los frentes posibles. Y eso está bien. Sé que puedo ser todo eso junto, ser vulnerable y ser fuerte, perdonar y perdonarme. Todo lo que arrastro, todas las ideas del ser, del sentir, del hacer, son parte de ser Clay.

Clay, 2023, Venezuela.

Testimonio por Clay

Facilitación y traducción por Andrea Paola Hernández

Edición por Isadoro Saturno y Gabriela Mesones Rojo

Corrección de redacción y estilo en español por Virginia Riquelme

Corrección de redacción y estilo en inglés por Mafer Bencomo

Tags: Transición, Anaco, Masculinidad, Feminidad, Activismo

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