Adrián Álvarez: “Mi miedo al VIH es artificial”

Amiga, acabo de terminar con Víctor. Me contó que es VIH positivo. ¿Puedo ir a tu casa a hacerme la prueba? Tengo miedo.
Advertencia sobre el contenido: Este testimonio contiene elementos de sexualidad explícitos.
Adrián Álvarez: “Mi miedo al VIH es artificial”

Ilustración de Victoria Nieto

Testimonio de Adrián Álvarez* facilitado por Gabriela Mesones Rojo

No recuerdo exactamente cuándo fue la primera vez que supe de la existencia del VIH. Sí recuerdo haber sido muy pequeño, 10 u 11 años, cuando mi mamá me explicó cómo funcionaba un condón y de lo importante que era usarlo al tener relaciones sexuales. En 4.º grado también tuve educación sexual, pero solo se enfocaban en que el condón era bueno para evitar embarazos. En esa época, a principios de los 2000, también veía en la televisión los comerciales de Daniela Chappard. Había uno que me marcó: era un un hombre con unos calzoncillos con los nombres de todas las personas con las que se había acostado, todas eran mujeres, menos uno, que era de un hombre. Estos fueron no solo mis primeros recuerdos del VIH, sino mis primeras aproximaciones a una sexualidad distinta, oculta hasta ese momento. A los 10 años no sabía que se podía ser gay. No había ningún tipo de referente en mi vida,  más allá de haber escuchado los chistes de la loca peluquera. Ni siquiera sabía que uno podía ser gay sin ser peluquero. Todo al rededor de la homosexualidad parecía ser una sátira. 

Cuando asumí mi homosexualidad ante mi mamá y mi papá a los 19 años, lo aceptaron de una forma magnífica. Ellos crecieron con sus propios miedos, su propia educación y su propia forma de ver la vida, así que a pesar de que me apoyaron, me dieron todo el amor y me dijeron exactamente lo que quería escuchar de ellos, había detalles que, sin ellos saberlo, me hacían daño.

Recuerdo que empezaron a hacer preguntas más continuas acerca de mi vida sexual y muchas de ellas eran acerca del VIH: ¿Te estás cuidando? ¿Te estás protegiendo? 

Cuando salí del clóset también empecé a ver muchas películas LGBT+: Philadelphia, con Tom Hanks, Angels in America... A partir de ahí sí se empezó a generar una profunda ansiedad ante el VIH. Quizás en torno a todas las enfermedades de transmisión sexual (ETS), pero sin duda, principalmente hacia el VIH. Después de eso, cada vez que tosía, iba a Google y me decía: puede ser cáncer o VIH. El cáncer me sabía a culo, pero el VIH me aterraba. Empecé a indagar sobre las prácticas sexuales que hacía, que en ese momento eran solamente sexo oral y toqueteos, y me enloquecía que pudieran ser prácticas de contagio. Las disfrutaba muchísimo, pero me generaban muchísima ansiedad.

Siempre he sido un poco hipocondríaco. Me inventaba enfermedades para no ir al colegio, pero sin duda eso se acentuó con las ETS. Cuando he sentido la posibilidad de estar ante una ETS me vuelvo loco y lo digo de forma literal: lo que siento es locura. 

El miedo al VIH llegó a tener tanta potencia que le temía incluso antes de relacionarme sexualmente con alguien.

Yo me hago pruebas anuales, así no haya follado, así esté en una relación cerrada. Empecé a hacerme pruebas en 2009, pero recuerdo cuando me sacaron las cordales a los 16 años. Para el preoperatorio hicieron una serie de pruebas y una de ellas era la del VIH. Me dio pánico que algo saliera mal en esos exámenes a pesar de que nunca me había dado un beso siquiera. Esa sensación aún la recuerdo hoy en día con toda claridad. En esa época yo no tenía inteligencia emocional, no me había asumido gay, no tenía con quién hablar de esto. 

¿Quién soy yo realmente?

Cuando salí del clóset, ya en la universidad, todo se sentía como una vuelta a la adolescencia. Estaba explorando el mundo, explorándome y entendiendo qué me pasaba. Al principio tenía relaciones muy románticas y afectivas con los hombres. Yo quería una historia como la de Heartstopper, que era cero sexual y súper romántica. Yo quería salir agarrado de la mano por el Parque del Este y darme besitos tiernos en la entrada del metro. No sucedió nunca, pero tuve una suerte de amante que fue mi primera conexión sexual. Lo conocí a finales de julio de 2008 y aunque él era un poco mayor que yo, sabía que yo no tenía experiencia. Me invitó a su casa para hacernos una paja. Fue incomodísimo. No quería que su semen me tocara. Yo no pude correrme, me sentía muy consciente de toda la situación. Él sí acabó y algo me cayó en la espalda cerca del culo. Fui inmediatamente al baño y sentí un profundo asco. Era muy joven y muy ignorante. En esta época solo tuve sexo con penetración una vez. 

Despues empecé una etapa mucho más física con el sexo oral. Con esto aumentó el pánico, especialmente porque empecé a hacerlo con personas que no necesariamente conocía.

Ahora reconozco que lo que siento con el VIH es un miedo artificial, pero en ese momento solo lo reconocía como algo incómodo, siempre presente, una amenaza.  

Hubo una época en la que me gustaba besarme con la gente. Con algunos llegué a una mamadita, con otros a un rollito de una noche. Pero un día descubrí que todos ellos eran del mismo grupo de amigos. En ese momento me di cuenta de que me sentía extraño y me pregunté por primera vez acerca de la moralidad de todo aquello, una moralidad tan fuerte que me llevaba a preguntarme: ¿Quién soy yo realmente? ¿Por qué me siento como me siento? 

La idea de la promiscuidad era algo que siempre estuvo muy presente. La idea del rechazo a la promiscuidad, mejor dicho. El baremo de la promiscuidad es simplemente tener más de dos parejas sexuales al año. O sea, sin duda yo era promiscuo y esa idea me dolía. En esa época era alguien que quería pertenecer al núcleo de actores importantes del país y en ese sentido sentía que todo lo que yo hiciera fuera de escena tenía repercusiones negativas. Mi sexualidad muchas veces me hacía sentir mal y la llevaba a cabo escondido. Mucho del gayness que yo viví en Venezuela estaba oculto. Esa clandestinidad le daba un aura de que estaba haciendo algo mal todo el tiempo. Recuerdo que una vez tuve que estacionar el carro en una esquina escondida para poder darme un beso después del cine. Me hacía sentir que todo estaba mal, que todo lo que estaba haciendo iba a tener un castigo y ese castigo tomaba forma con las ETS. Esto es algo que yo puedo reconocer ahora, pero en ese momento solo sentía el miedo. 

Esa sensación cambió en un momento gracias a mis padres. En 2009 hubo una especie de protesta global que consistía en apagar las luces de las casas por una hora para ayudar a disminuir el calentamiento global. En mi casa lo hicimos, y cuando apagamos las luces empezamos a hablar en familia mi hermana, mi papá, mi mamá y yo. En un momento hablamos de religión y yo dije de forma irónica: A mí no me importa porque yo soy gay, yo voy al infierno. Eso quedó ahí como un chiste y días después mi mamá y mi papá, ambos por separado, me hicieron ver la visión de la religión que ellos tienen: Dios no castiga por ser gay, en nuestra familia hay una espiritualidad muy fuerte, marcada y relevante pero que no castiga, mucho menos por ser quien soy. Solo con esas conversaciones entendí racionalmente que no voy a ser castigado. Pero la sensación se mantenía levemente; la idea de castigo se eliminó pero se mantenía la homofobia clasista: sentía que cuando alguien se besaba en público o hablaba de su novio nunca venía de una esfera social alta. Me parecía niche. Qué horrible, menos mal he cambiado y he crecido. 

Sin embargo, siempre me llamó la atención ese cambio en mi forma de pensar: el castigo ya no era de Dios, era social.

En el 2012, mientras ensayaba una obra de teatro, me enteré de que mi primer novio tenía VIH. Había ocurrido en la relación que tuvo después de mí. Por suerte para mi salud mental yo me había hecho las pruebas una semana antes y sabía que yo no lo tenía, así que tuve un poco de paz. Lo llamé y me dijo que era una noticia vieja. Sentí lástima, angustia, preocupación. Aun así, después de esa noticia, llegué a hacerme una prueba semanal. Que un amigo y ex pareja fuera seropositivo no normalizó la situación con el VIH. Esa sensación de normalización apenas la tuve en 2021. 

Me sigue dando miedo, pero ahora tengo más información

Mi llegada a Madrid rompió con muchísimos esquemas con los que había vivido en Venezuela. Fue la primera vez que sentí que podía darme un beso en la calle libremente, la primera vez que salí con alguien agarrado de la mano. Ya tenía 30 años y empecé a tener citas normales. El componente moral se diluyó poco a poco. Ir a un Orgullo me ayudó a difuminar todos los miedos que tenía. Después me di cuenta de que me hubiera gustado ir a un Orgullo en Venezuela. Me hubiera gustado sentirme más libre en mi casa. 

En 2021 salí con un chico unos meses. Nunca hubo sexo penetrativo porque no era lo que nos interesaba. Nuestra sexualidad e intimidad era con sexo oral, pajas mutuas, rozaduras, pero no había coito. Previo a terminar, me dijo que es VIH+ pero indetectable. A mis 32 años yo no sabía qué significaba indetectable. Ya había conocido a más personas con VIH, pero no sabía qué significaba eso. Ese día el mundo se me cayó: me enamoré, me ilusioné con un carajo con VIH. Me dije que había sido un estupido, no sabía cómo había ocurrido eso. Ese fue un primer gran encuentro cercano con esto. Llamé a dos amigos y fui a una farmacia a comprar un test rápido de VIH. Hice la prueba mientras lloraba en casa de una amiga. Fue un momento durísimo para mí. La prueba no es fácil, hay que sacar sangre con una aguja, creo que me hubiera costado mucho hacerla solo, pero salió negativa y mis amigos me explicaron lo que significaba indetectable. 

Fui a asociaciones a preguntar y a buscar más información. En esta fase hubo aceptación, serenidad, más certezas sobre las realidades de las ETS. Me sigue dando miedo, pero ahora tengo más información. Antes de eso, recuerdo haber buscado información sobre el VIH pero nunca salía nada acerca de los avances. Todo lo que leía era información muy catastrófica: la gente que se moría por una gripe, las manchas en la piel de la cara, personas muriendo solas y abandonadas, testimonios dolorosos y solitarios, muchas imágenes de carcinoma. Todo eso me ayudaba a entender la historia, los síntomas, pero no sabía que existía la PrEP. Ahora tengo un amigo que me confesó el año pasado que es seropositivo y mi reacción fue totalmente empática y amorosa, no a través del miedo. Pero eso no ha aliviado mi temor, está muy intrínseco. 

Actualmente mi relación con el sexo penetrativo creo que tiene que ver 50% con el VIH y 25% con mi frenillo (es demasiado corto y tengo que ser muy paciente si quiero penetrar a alguien). Además, mi culo es demasiado estrecho, así que lo más rico para mí siempre ha sido sin penetración. En mi relación estable ahora nos hicimos pruebas y exploramos la posibilidad de hacer sexo penetrativo sin proteccion. Solo puedo decir una cosa: Wow! Es la única persona con quien lo he hecho sin protección. Pero para llegar a esto tuvieron que pasar sus sólidos 5 meses. Si abriéramos la relación no haría sexo penetrativo, porque sigue siendo un issue de miedo. La protección y la no penetración es la forma que he encontrado para no hacerme pruebas cada semana. En Madrid también descubrí que yo era un side. Fue increíble saber que tengo un nombre y saber que mucha gente se identifica con eso. 

He hecho mucho cruising y todavía no termino de determinar si me gusta o no. Le he dado mucha vuelta. Sé que me gusta la adrenalina, me encanta, pero me arrecha el carácter transaccional, lo vacío que es el encuentro. Me gusta sentir que hago match con una energía anónima, me da mucho morbo. Sin embargo, para mí el cruising es una experiencia vacía pero sumamente respetuosa.

Al final creo que soy un poco demisexual: necesito establecer conexión, algo debe gustarme en tus palabras y en tus formas, no sentir que te quiero, pero algo más que el tamaño de tu güevo.

Reflexiono mucho porque yo solo hago cruising cuando estoy en crisis, cuando necesito ser deseado, no porque sea yo, sino porque existo en ese lugar y ya. Me reconforta de alguna forma. A veces voy a lugares de cruising solo a pasear y que me digan cosas, a salir con un shot de autoestima. 

El cruising se cataloga como una práctica de riesgo y creo que tiene sentido catalogarlo de esa forma. Al final, son personas desconocidas, no tienes información sobre nadie y suele haber mucho coito. A mí me da tranquilidad saber que no tengo coito y que no siempre tengo sexo oral.

Quiero volver a hablar de Heartstopper y el impacto que tuvo en mi vida. Ha sido una de las pocas series  LGBT+ que he visto en la que no está presente el tema de las ETS. A mí me gusta mucho la serie Looking porque el personaje principal me hacía sentir muy identificado por su miedo al VIH. En una escena él lo explica: Yo estornudo y siento que tengo VIH. Sentía que ese personaje me definía, yo pensaba así. Siempre está presente alguna ETS, algún miedo, alguna violencia. Heartstopper es una historia de amor que a todos nos hubiese gustado vivir pero me llamó mucho la atención que no lo mencionaran, porque es un struggle de la comunidad y hay gente que lo vive al límite, hay gente que no le tiene nada de miedo, hay gente que toma PrEp, hay gente que está intentando saber cómo moverse en estas aguas. Todos estamos intentando entendernos y entender mejor el mundo.  

*Adrián Álvarez es un seudónimo elegido por quien compartió este testimonio, debido a que el texto contiene recuerdos gráficos de escenas y prácticas sexuales en torno a los cuales desea mantener privacidad. 

Adrian Álvarez, 2023 España.

Testimonio por Adrian Álvarez

Facilitación y traducción por Gabriela Mesones Rojo

Edición por Isadoro Saturno y Andrea Paola Hernández

Corrección de redacción y estilo en español  por Virginia Riquelme

Corrección de redacción y estilo en inglés por Mafer Bencomo

Tags: Homosexualidad, Cruising, VIH, Side, Demisexual, Educación sexual

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